Al cabo de un mes y medio, las flores fueron cayendo y desaparecieron. Durante algo más de un año, he cuidado sus hojas, le he dedicado tiempo...pero sin suerte. Perdí la esperanza de volver a verla florecer. Pensé incluso en tirarla, cuatro grandes hojas verdes ¿de qué sirven? Dejé de creer en ella...
Ocupó un lugar secundario, en una esquina. Olvidada...
Hace quince días, abría la puerta de casa. Cansada y derrotada.
Uno de esos días en los que el mundo se hace más grande de lo normal y te hace sentir muy, muy pequeña. Esos en los que la vida te sitúa en una encrucijada. Un camino que duele. Otro que mata. Donde corazón y razón se retan a un duelo. A vida o muerte. Donde gane quien gane...siempre pierdes.
Me senté. Mi respiración como música ambiente. Sola. Y me vino a la cabeza una frase que aprendí una vez: "Encomiéndate a Dios de todo corazón, que muchas veces suele llover sus misericordias en los tiempos que están más secas las esperanzas". Miguel de Cervantes Saavedra. Pensé en rezar, pero...¿ayudaría? Mi pesimismo decía que no.
Cómo si viera, por primera vez en mi vida, la habitación, fui recorriéndola hasta donde me alcanzada la vista. De repente, algo llamó mi atención. Algo lleno de majestuosidad y colorido. ¡Vida!
Silenciosa..., la orquidea, había resucitado dando a luz una vara con siete grandes flores, que hoy siguen conmigo. Reconfortándome. A mí. Que no fuí capaz de ver más allá de esas hojas verdes...Parece como si le hubieran gritado: ¡Sorprende. Es una orden! Y simplemente, lo hizo.
Sin quererlo, me ayudó. Susurraba..."Ten paciencia. No te apresures. Hay años que hacen preguntas y otros que dan las respuestas" No todo es ya y ahora. La vida toma su tiempo.
Todo llega. Sí. ¡Qué bonito sería tenerlo hoy! - Pero será cuando tenga que ser. Y sé que me ha sido concedido. Aquí estoy, preparada.
Mientras tanto, os enseño la imagen de mi Orquidea. Resilencia.
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